La compraventa de hoja de maíz, en torno a la cual gira la economía de los municipios indígenas de Coxquihui, Coyutla, Chumatlán, Espinal y Filomeno Mata, entre otros ubicados en la sierra del Totonacapan, en el norte de Veracruz, se ha convertido en los dos años recientes en una fuente de ingresos para la delincuencia organizada.
A cada comercializador del producto le exigen una cuota de 70 mil pesos por cosecha y un impuesto adicional de mil 500 pesos por cada tonelada que vendan a la semana.
Sólo en el municipio de Espinal, la principal actividad agrícola es la siembra del maíz hojero. Abarca 5 mil 670 hectáreas. Le siguen la naranja, con mil 35 hectáreas, y el limón, con 519, según registros del Instituto Nacional de Estadística y Geografía de 2019.
En la década de 1970, la hoja, también conocida como totomoxtle, se entregaba como parte del pago a los jornaleros que cosechaban y desgranaban el maíz; otros la usaban de forraje. En la década de 1980 comenzaron a aparecer compradores provenientes de otras partes del país, principalmente de la Ciudad de México, quienes las utilizan para envolver los tamales que por millones se venden a diario en el país. El precio del rollo fluctuaba entre 1.50 y dos pesos.
A partir del año 2000, la hoja de maíz comenzó a cotizarse en dos mercados: el nacional (en Querétaro, Guadalajara y la Ciudad de México), y en Estados Unidos.
Cada hoja es separada a mano y el trabajo lo realizan sobre todo mujeres y niñas. Mientras, las hojas que van al norte del país o el extranjero se cortan con un disco filoso.
En un cuarto rústico construido con tablas, láminas y una lona, sentadas, casi frente a frente sobre bloques de cemento, una adolescente de 14 años y su amiga de 12; en un tercer ladrillo, recargado sobre una mazorca, han puesto un teléfono celular.
Mientras miran videos de Tik-Tok, lidian con la pila de mazorcas que tienen al lado. Casi simultáneamente, como en una coreografía en espejo, toman entre sus manos las mazorcas que tienen más cerca, con los dedos identifican el filo de la hoja, lo corren desde la punta hasta donde se juntan todas las hojas y la desprenden.
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Cuando hayan deshojado suficientes mazorcas formarán manojos, cada uno de 15 hojas, que después se atan entre sí para formar rollos de cuatro manojos cada uno, los que a su vez se unirán en pacas de 150 rollos cada una. Cuando hayan formado una paca, recibirán 700 pesos del patrón.
Sembrar maíz por el puro maíz no era negocio, pero cuando la hoja comenzó a venderse, se volvió redituable, y mucha gente que había abandonado su siembra comenzó a retomarla, dice el dueño del maíz, quien llegó hasta el cuartucho donde se encuentran las menores para supervisar el avance.
El hombre explica que de una hectárea de maíz se pueden obtener hasta ocho pacas de hoja –con valor de 3 mil pesos cada una– y ganancias de 24 mil pesos. De esa misma superficie se obtienen dos toneladas de maíz con valor de 7 pesos el kilogramo.
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Son 10 mil pesos de diferencia, ya conviene sembrarlo, dice el productor, quien decidió convertir una importante extensión de terreno dedicado al ganado para sembrar maíz. Pero de unos meses a la fecha ya considera dejar el negocio por los riesgos que implica.
Fue en la cosecha de 2020 cuando la hoja alcanzó precios hasta de 5 mil 500 pesos por paca o 139 pesos el kilo. Aquel año hubo productores que se quedaron con ganancias de 300 mil a 500 mil pesos, algo impensable con la venta de puro maíz. Eso fue lo que despertó la codicia de los malos, y comenzaron a llegar a la zona, dice una productora que prefiere guardar su identidad.
Desapariciones forzadas, secuestros y atentados
El cobro de impuestos de los criminales ha mermado las ganancias de los productores, quienes han tenido que castigar los precios.
Al comercializador que ofrece mejor precio, lo desaparecen; a aquel que se atrasa en una cuota, se lo llevan; al que no reportó una venta, lo atacan, asevera un labriego, desalentado porque las autoridades no hacen nada para frenar a la delincuencia.
El año pasado, antes de la cosecha de invierno, en esta región desaparecieron tres comercializadores de hoja de maíz. Y compradores de otras zonas, como Cazones o El Chote, han descartado volver a la región para hacer alguna oferta.
Para aquella zona (Totonacapan) no vamos, está muy fea, subraya un vendedor de hoja de maíz proveniente de Cazones.
Muy pocas veces las adolescentes mencionadas necesitan apartar la vista del celular para completar la tarea de deshojar la mazorca. Ambas comenzaron en esta labor a los cuatro años acompañando a sus madres, y luego, alrededor de los siete años, comenzaron con el armado de rollos. Después, cuando tuvieron suficiente destreza, comenzaron a deshojar.
Cuando uno les pregunta qué es lo más difícil de deshojar el maíz, ellas responden que nada, que se proponen deshojar la pila que tienen enfrente y no piensan en que haya dificultades.
Pero una persona no habituada a estas tareas, se daría cuenta de que la posición en que están, casi en cuclillas, genera cansancio; que el maíz suelta un polvo que después de unas horas provoca sarpullido, y a personas con dedos sensibles incluso pueden sangrarles las uñas. Con información de La Jornada
*MG